El supuesto oficio perdido
por Pierre Soulages
Cualquier texto de Claude Lévi-Strauss merece atención. Pero la importancia del autor en su disciplina da a lo que escribe sobre otros temas una autoridad que no es obvia. Sobre todo cuando se trata de comentarios como los de "El oficio perdido", publicado en el número 10 de Le Débat.
Para comprender mejor las ideas de un gran etnólogo sobre la estética contemporánea, es interesante conocer sus gustos artísticos, pues algunos de ellos pueden iluminar a aquellas, y viceversa.
Declaró hace unos años: "Quizás los sorprenda, porque voy a citar a pintores menores que, curiosamente, son los únicos a los que, en la actualidad, sigo siendo sensible: mencionemos esos grandes cuadros de Joseph Vernet, que representan los puertos marítimos de Francia en el siglo XVIII, que pueden verse en la gran sala del Musée de la Marine, y que se encuentran entre los pocos cuadros que todavía me emocionan profundamente."
L'Intérieur du Port de Marseille, vu du Pavillon de l'horloge du Parc / Vernet, Joseph (1714-1789) 1754 Musée National de la Marine
Fragmento que permite observar variedad de personajes y actividades en torno al abigarrado puerto de Marsella
Detalle que muestra mercaderes turcos, peones, funcionarios de aduana, dama en palanquín, barcazas.
Otro detalle: mercaderes, clientes, peones de carga.
Peones de carga, mercaderes, nobles y mendigo, funcionarios de aduana, barcazas, niños jugando y alguien descansa entre tareas:
esta pintura es, para un etnólogo, un verdadero festival
"Imagino que puedo vivir frente a estos cuadros, y que las escenas que representan se vuelven para mí más reales que las que me rodean. Bien, el valor que tienen para mí es que me ofrecen los medios para revivir esa relación entre el mar y la tierra que aún existía en ese momento, esta instalación humana que no destruyó por completo, sino que ordenó las relaciones naturales de la geología, la geografía y la vegetación, restituyendo así una realidad de predilección, un mundo de ensueño donde podemos encontrar refugio. [1] "
Privilegia el aspecto representativo, documental e instructivo -valioso para la etnología- que explica claramente sus preferencias y sus gustos exclusivos por los pintores menores.
Este uso particular de la pintura culmina en "El oficio perdido" en una vehemente condena del impresionismo y de todo el arte contemporáneo, visto desde el ángulo más caricaturesco.
Claude Lévi-Strauss hace de este texto sobre el arte una especie de manifiesto que aboga por una pintura con "contenido exterior al trabajo del artista", es decir, exterior a todo aquello que, para nosotros los pintores, implica forma, color, composición, estilo. Una actitud arrogante que recomienda "una actitud de deferencia, si no de humildad, frente a la inagotable riqueza del mundo" por un lado, y, por otro, pretende señalar el camino del arte y limitarlo a una producción artesanal de imágenes.
Manifiesto tanto más violento en cuanto que está enmarcado por dos tesis que revalorizan el arte "oficial", "académico" o "pompier", y por una presentación que no deja ninguna duda sobre el significado que se le da a este conjunto de opiniones sobre "La pintura en el Siglo XIX y nosotros ". Una de estas tesis se titula "La edad de oro de la pintura religiosa". ¿En el siglo diecinueve ? Creemos estar soñando. ¿Qué pensar entonces de épocas como las de Angélico, Giotto, Caravaggio, las de la pintura románica, de los vidrieros de Chartres, Bourges, etc.?
De hecho, esta es la provocación que se nos anuncia en las páginas de presentación: leemos que "el resultado lógico de este movimiento para reevaluar el arte pompier podría conducir a" una profunda transformación del juicio que podemos emitir respecto al destino de la estética moderna ", y que sería "el hilo roto con la tradición del oficio", algo que explicaría "el descarrilamiento del arte contemporáneo".
Pompiers: Alexandre Cabanel - Cleopatra probando venenos en condenados a muerte, 1887
Paul Delaroche - Ejecución de Lady Jane Grey, 1834
Francisco Pradilla - Doña Juana la Loca, 1877
Estamos asombrados por el significado que de esta fusión. Independientemente de que sepamos o no quién se beneficia de ello, parece resultar una manipulación.
Expresiones tales como las de "destino de la estética moderna", "tradición del oficio", "descarrilamiento del arte contemporáneo", recuerdan otras épocas, y merecen que nos detengamos en ellas. En este número de Le Débat, la estética contemporánea se piensa en términos de "destino" y ya no en términos de libertad. Su futuro estaría ya escrito, y así se nos hace comprender que el arte tiene un camino trazado de antemano. Otras palabras son igualmente reveladoras: "descarrilamiento", es decir abandono del camino correcto, como "desviación" designan adecuadamente lo que, en el pasado, se llamó arte degenerado, Die Entartete Kunst. Me parece asombroso que podamos arribar al mismo veredicto que los manipuladores de la cultura del Tercer Reich: ¡el mismo veredicto y los mismos culpables! En ambos casos la herejía comenzó con el impresionismo.
Si Claude Lévi-Strauss está de acuerdo con las conclusiones de los ideólogos totalitarios, introduce sin embargo una diferencia considerable: el impresionismo, a pesar de su error fundamental, su "desviación" -su desviacionismo, se podría decir-, produjo "obras maravillosas", y el cubismo, aunque no duró (?), produjo "algunas obras maestras".
¡Tranquilicémonos! No todo debe ser quemado, estos herejes de todos modos produjeron obras maestras.
¿Qué queda entonces de la teoría?
Y finalmente, ¿y si el arte, en aquello que tiene de mejor, hubiera escapado a las ortodoxias? ¿Y si las obras maestras fueran herejes? ¿Y si el arte, por naturaleza, se escapara de los caminos trazados por los ideólogos, si viviera fuera de las vías? Esto, por supuesto, presentaría inconvenientes para las academias y para la tranquilizadora comodidad intelectual de quienes se refugian allí, no ayudaría a quienes construyen teorías, ni a quienes quisieran orientar el futuro del arte, dirigirlo, trazar para él un camino, el camino.
"El oficio perdido", Claude Lévi-Strauss no dice un, sino el oficio, y de esa forma refiere a un modelo ideal.
La verdad es que no hay un oficio perdido, hay mil oficios perdidos, la historia del arte está llena de ellos . . . Más exactamente, no se trata de abandonos, sino de un movimiento inverso: una serie de apariciones de nuevos oficios , de nuevas prácticas cada una con sus estrategias vinculadas al arte que de ellas nace. Una sucesión de oficios que a veces llegan con torpeza -¿están siempre la habilidad, el virtuosismo en el arte de las cualidades? -, con paciencia y humildad también, pero todas animadas por una pasión sostenida, un deseo imperioso, que nada tienen que ver con el aburrido estudio, ejercicio académico triste y constreñido, ni con la adquisición gris y libresca de una profesión muerta, que lleva consigo la repetición en el vacío y el aburrimiento.
Pensar en un oficio sin tener en cuenta el arte con el que nace es un indicio de insensibilidad e incomprensión, una manera de considerar el contenido y la forma por separado. Una vez más, la escolástica. Mientras que, en realidad, tanto para el pintor como para el poeta, forma y el contenido son uno. La pintura no es signo, sino cosa, sobre la que se hacen y deshacen los sentidos que se le atribuyen.
Si, por oficio, se trata simplemente de una cuestión de docencia, una inquietante ambigüedad se cuela entre el aprendizaje necesario para un alumno y el oficio ligado a la especificidad de un cuadro. Un adiestramiento de la vista y la mano, desvinculado de lo que un oficio puede producir, que ha producido a lo largo de su historia, no corre el riesgo de despertar la sensibilidad y la creatividad artísticas, que es, sin embargo, una verdadera enseñanza que debería reivindicarse mostrando, por la práctica, las posibilidades, los límites y las trampas decisivas que cada oficio conlleva.
Esta dicotomía entre oficio y "contenido" no resiste una consideración cuidadosa de la evolución y de las mutaciones del arte a través del tiempo. Los oficios del Renacimiento no son los del gótico, ni los de Bizancio, los de los frescos de Botticelli no son los de las pinturas murales románicas, el oficio de Rembrandt no es el de Fouquet, ni el de los iluminadores el de Frans Hals, de Vermeer, de Tintoretto, etc. Hay muchos ejemplos como para que nos detengamos en señalarlos.
Los impresionistas, al practicarlo, han creado su oficio. Abandonaron otro, el recomendado por Claude Lévi-Strauss, "hecho de recetas, de fórmulas, de procedimientos", de destreza manual. Abandonaron la forma de artesanía correspondiente a un arte pictórico esclerótico, el de los pintores académicos, del que se habla tan abundantemente en Le Débat que llegaríamos a creer que, por sí mismos, representan el siglo XIX.
Las artesanías que desaparecen y que corresponden a épocas -que tal vez sea mejor soñar que vivir- dan lugar a menudo a lamentos retrógrados, a nostalgias, unidos a las ganas de escapar del presente, sobre todo en las horas en las que todo es oscuro, y yo comprendo que podamos acurrucarnos en sueños, refugiarnos en los exotismos que nos quedan. Como bien dice Claude Lévi-Strauss sobre las pinturas anecdóticas que él ama, estas restituyen, para él, "una realidad predilecta, un mundo de ensueño donde encontrar refugio".
Por otra parte, cierto es que, sin ser etnólogo, uno puede centrar la atención en los objetos de anticuariado y sus vestigios - y en los pintores pompiers del siglo XIX, que será preciso no confundir con Courbet, Delacroix, Manet, etc.
William-Adolphe Bourguereau - El nacimiento de Venus, 1879
Alexandre Cabanel - Muerte de Francesca da Rimini y de Paolo Malatesta, 1870
Jean-Léon Gérôme - Napoleón y sus generales en Egipto, 1867
"El oficio perdido", soñado, se adapta perfectamente a la pintura definida anteriormente. Esta imaginería permite tanto las vías de escape del ensueño como los comentarios, las glosas y los análisis eruditos, es decir todo lo que pueda pasar por las palabras, y así promover en torno a ella un murmullo de escritores, políticos, sociólogos o historiadores.
Por el contrario, en los mismos periodos de preocupación y amenaza, es en la libertad de una práctica donde algunos descubren una pintura que corresponde a su verdad. La de su persona como la de su tiempo. Pero ante todo, como ocurre con las obras del pasado, lo que importa es la naturaleza, la fuerza y la complejidad de todo lo que ocurre en nosotros, a través de la pintura.
Cierta cosa viva, que exige que nos detengamos, que guardemos silencio. Entonces, las palabras solo pueden usarse para explicar el estado de falta de palabras. Singular desventaja.
Y no obstante, esta pintura ocupa en nosotros un territorio para el cual, en una época de parlanchines, resulta más necesaria que nunca.
[1] Georges Charbonnier : "Entretiens avec Lévi-Strauss", R. Julliard et Librairie Plon, 1961.
Notas:
*Esperamos publicar pronto en este blog el texto original de Claude Lévi-Strauss, El oficio perdido, que dio origen a esta respuesta de Soulages y derivó, desde 1980, en una de las más perdurables polémicas artísticas en Francia. Entretanto, suponemos compartir con nuestros lectores la opinión de que en muy alto grado, este texto de Soulages adquiere una consistente independencia de ese precedente como para que se nos pueda disculpar (solo por el momento) el evidente anacronismo. [L.P.]
** Pierre Soulages (1920) es una de las figuras más importantes de la pintura francesa contemporánea, cuya singular obra y temperamento resiste todo encuadramiento posible en una escuela o estilo (tachismo, arte informal, expresionismo abstracto o abstracción lírica), reconocido por su investigación de la riqueza del color negro en sus composiciones monocromas, en las que la luz reflejada sobre diferentes texturas en una misma tela crea formas diversas, que se multiplican y cambian con el desplazamiento del espectador. Quizás el único precedente de esta vía lo constituyan las esculturas negras de la también excepcional artista Leah Berliawsky, más conocida como Louise Nevelson (1899-1988). [L.P.]
Por favor regístrese para que publiquemos su comentario.