Spirit of Place
Artistas y escritores implicados en nuestra percepción del entorno
por Susana Owens
Samuel Palmer - Roble y haya - Lullingstone Park, Kent, 1828
Un día de finales de diciembre de 1828, el joven artista Samuel Palmer se sentó en Lullingstone Park, de Kent, frente a uno de los robles más grandes y antiguos que pudo encontrar, e intentó dibujarlo. Pero, como más tarde le confesó a un amigo, el roble que eligió no estaba a la altura de la imagen que tenía en la mente, que había sido plantada allí por una sola frase de John Milton: "Pino y monumental roble". Allí creció hasta alcanzar proporciones inmensas; "El árbol del poeta", se quejó Palmer, "es más grande que cualquier otro en el parque". En un par de palabras, al parecer, Milton había superado a la naturaleza misma.
Lo que Palmer notó ese día nos afecta a muchos de nosotros a medida que avanzamos en nuestra vida diaria. Los artistas y escritores no solo describen nuestro paisaje; ellos también lo hacen. Las imágenes que vemos y las historias que leemos se filtran profundamente en nuestras mentes, cambiando para siempre la forma en que percibimos el mundo que nos rodea. El mismo Palmer ha tenido un efecto profundo y duradero en los castaños de Indias en flor para mí: sus acuarelas, con sus colores hipervívidos, exageran sutilmente la esencia alegre de los árboles como ingeniosas caricaturas. Los ha hecho más reales para mí de lo que eran antes.
Samuel Palmer - En un jardín de Shoreham, c. 1820-1830
Samuel Palmer - Pastora bajo un castaño, 1832
De la misma manera, soy incapaz de mirar los South Downs sin pensar en los óleos de William Nicholson;
William Nicholson (1820-1949) - On the Dawns (Wiltshire Landscape)
William Nicholson - Downland Landscape, 1912
y cada vez que conduzco por la A12 desde mi casa en Suffolk hasta Londres, se abre una vista panorámica de Dedham Vale y me sorprende el grado absurdo en que parece un cuadro de Constable.
John Constable - The Vale of Dedham, 1802
John Constable - View of Dedham Vale from East Bertholt, 1815
No puedo evitarlo. Estos son los filtros a través de los cuales se me aparece el paisaje; y estoy segura de que tu, lector o lectora, tienes el tuyo propio.
Hombres y mujeres han experimentado el paisaje de variadas maneras en diferentes momentos. Por supuesto, se han realizado grandes cambios físicos en la tierra a lo largo de los siglos, a medida que se han desarrollado los métodos de cultivo, los patrones de propiedad de la tierra han alterado las formas y tamaños de los campos y la expansión urbana ha cubierto gran parte de lo que alguna vez fue el campo. Pero los cambios culturales en la apreciación estética del paisaje han jugado un papel al menos igual de importante. Ha habido momentos en que el campo ha sido un lugar para levantar el ánimo, y otros en los que se ha considerado más adecuado para la reflexión melancólica; momentos en los que podía ofrecer iluminación espiritual, y aquellos en los que la gente cerraba la puerta con un escalofrío de alivio. Quizás la ilustración más dramática de las percepciones cambiantes es la de nuestra actitud hacia las montañas. Antes de finales del siglo XVIII, las montañas se consideraban como algo feo y desagradable. A no ser que resultara imprescindible, a nadie se le ocurriría acercarse a ellas: durante una gira por el sur de Escocia en la década de 1720, Daniel Defoe estaba angustiado por el paraje del "aspecto más salvaje y horrible" que rodeaba a Drumlanrig. Pocas décadas después, tanto los turistas como los artistas difícilmente podían separarse: "las montañas comportan un estado de éxtasis [sic [1]], y deben ser visitadas en peregrinación una vez al año", dijo entusiasmado Thomas Gray en 1739, después de su primera visión de las Highlands, en Escocia.
El paisaje es un tema vasto y me fascina la forma en que los sucesivos cambios culturales, sociales e intelectuales han moldeado nuestras actitudes hacia él a lo largo de los siglos. El alcance de este libro está destinado a ofrecer una visión del panorama general, a medida que se desarrolla. Pero igualmente interesantes para mí son las voces de las personas que experimentan el paisaje: quería saber qué veía una mujer que vivía en la época de la reina Ana mientras cabalgaba por el Peak District; lo que pensó un isabelino mientras contemplaba un páramo; qué sentía por los bosques un hombre del siglo X. En este libro me he propuesto poner a estos escritores, artistas y cronistas en el centro del escenario; para dar cuenta de los detalles que registran y para escribir sobre por qué enmarcan este tema de la manera en que lo hacen.
Spirit of Place probablemente echó raíces por primera vez en mi infancia, que pasé en la zona rural de Derbyshire, en la punta de los pies de los Pennines [2]. Ciertamente ha surgido de mi trabajo como curadora de museo. Gran parte de mi investigación se ha llevado a cabo en colecciones de bellas artes y artes decorativas, en particular las del Victoria and Albert Museum. El V&A no solo alberga la colección nacional de acuarelas de Gran Bretaña, uno de los mayores recursos para el arte del paisaje, sino que también tiene una larga historia de coleccionar cosas curiosas y difíciles que no encajan fácilmente en otros museos. La National Gallery de Londres, por ejemplo, recopila pinturas al óleo pero no obras en papel. Con igual meticulosidad, el Museo Británico recopila obras en papel pero no pinturas al óleo. El V&A tiene pocos escrúpulos. Entonces, cuando, en el pasado, la mitad de una habitación pintada, o el mirador de madera que Gainsborough construyó para ver sus pinturas de vidrio a la luz de las velas, o los modelos de papel de Philip de Loutherbourg de Peak Cavern, diseñados para una obra largamente olvidada llamada Las maravillas de Derbyshire necesitaban un hogar, se fueron al V&A.
Philip de Loutherbourg - Esescenario en papel que representa la Peak Cavern
(conocida tambien como The Devil's Arse) en Castleton, Derbyshire
Mi tiempo como curadora de pinturas al óleo, acuarelas, dibujos y rarezas asociadas en las colecciones de V&A me enseñó que la historia del arte es desordenada y complicada, y que a todo ese material tridimensional, incómodo, delicado y difícil de almacenar no se lo puede hacer sentar derecho y ni forzarlo a portarse bien. En cualquier caso, trabajar en un museo enorme con un componente tan importante de artes decorativas es algo que, en sí mismo, proporciona una educación: caminando a diario por las galerías mientras me dirigía a mi nido de oficinas, no pude evitar pensar en las formas en que los tapices y los bordados, por ejemplo, podrían estar relacionados con las llamadas bellas artes.
Mis años en el V&A fueron unos en los que pensé mucho en el paisaje y planifiqué galerías y exposiciones sobre el tema. Pero a veces se necesita una chispa inesperada para encender una idea. Sucedió un fin de semana de septiembre; Estaba en un festival literario asistiendo a una charla cuando escuché un viejo cliché: que la pintura de paisajes británica se inventó en el siglo XVIII. "¡Pero es más complicado que eso!", garabateé en mi cuaderno. La mayoría de los historiadores del arte, de hecho, datan su aparición en el siglo XVII, cuando las pinturas de paisajes, es decir, pinturas al óleo sobre lienzo o panel, comenzaron a llegar a Gran Bretaña desde los Países Bajos e Italia, donde los artistas se habían especializado en el género distinto del paisaje desde principios del siglo XVI. De hecho, lo que se cree que es la respuesta más antigua a las pinturas importadas de un artista nativo es un pequeño paisaje rocoso de la década de 1620 del caballero y artista Nathaniel Bacon, ahora en el Ashmolean Museum de Oxford; lamentablemente, no es una obra maestra.
Nathaniel Bacon - Paisaje rocoso, hacia 1620
Pero ese momento en particular en el que el paisaje comenzó a ser considerado como un tema apropiado para las pinturas al óleo, por importante que sea, es solo una parte de una historia más amplia que abarca las artes decorativas, aplicadas y literarias, así como las bellas artes. Una idea empezó a tomar forma en mi mente. Por supuesto, la gente miraba el paisaje británico mucho antes del siglo XVII. Lo dibujaron, lo meditaron y contaron historias sobre él, lo tejieron en tapices y vivieron con imágenes de él en sus paredes. ¿Podría afrontar la tarea de contar una historia sobre respuestas imaginativas a nuestro paisaje, que tuvieran en cuenta tanto el arte como la literatura? ¿Por dónde habría de empezar?
Juan Sin Tierra en una cacería de ciervos, ilustración del manuscrito De Rege Johanne, siglos XII-XIV
Ilustración para ‘Pearl’ en Pearl, Cleanness, Patience and Sir Gawain and the Green Knight, c. 1375-1424
Sabía que para darle sentido tenía que mirar a largo plazo, explorar el panorama del paisaje tal como se ha representado en ambos dominios. Cuando comencé a buscar los primeros relatos de quienes vivían entre las colinas, los bosques y los ríos de Gran Bretaña, pronto encontré una historia que se puede descifrar por primera vez en lo que solía llamarse la Edad Media, y que continúa en un camino ininterrumpido (aunque uno con muchos giros, vueltas y cambios dramáticos de escena) que conduce hasta el día de hoy. Quedó claro que hombres y mujeres han escrito sobre la tierra, la han dibujado y pintado desde que han tenido lápiz y papel (o pergamino). Durante siglos, los artistas y escritores han escalado las montañas de Gran Bretaña, han bajado en bote por sus ríos, han estudiado sus cielos y se han arrodillado para ver más de cerca. Otros han preferido refugiarse en el interior y mirar hacia adentro, dejando que los recuerdos del mundo exterior se filtren en sus mentes. La mayoría ha tratado de expresar las emociones que despierta el paisaje, así como los hechos de su aparición.
Paul Nash - Paisaje de los Megalitos, 1937
El paisaje está en el corazón de la cultura británica. Los ingleses tenemos una historia de inventar y reinventar las formas en que lo miramos y pensamos que se remonta a más de mil años. Hoy en día, con tormentas, inundaciones y sequías que remodelan dramáticamente nuestro mundo, las discusiones sobre el modo en que debemos cuidar del entorno y aquello que es preciso hacer al respecto se vuelven cada vez más urgentes y conflictivas. A medida que novelistas, poetas, artistas y escritores contemporáneos atentos a la naturaleza encuentran formas de reinventar el paisaje para adaptarse a estos tiempos inciertos, es también el momento de mirar hacia atrás y comprender su larga y extraordinaria historia cultural.
David Hockney - Winter Timber - 2009
Notas de LP
[1] La primera indicación entre corchetes es de Susan Owens, la autora del artículo, pues Thomas Gray escribe textualmente the Mountains are extatic, pero extatic no es una palabra inglesa (la palabra inglesa a utilizar hubiera sido ecstatic), sino muy probablemente un galicismo. La segunda, dentro del corchete de Susan Owens, es nuestra, para dar cuenta aquí de este sic.
[2] Peninos, en inglés Pennines, es el nombre de una cadena montañosa de unos 400 kilómetros que se extiende de modo vertical desde el sur de Escocia hasta el norte de Inglaterra, de modo que tiene sus pies en Derbyshire, donde transcurrió la infancia de Susan Owens y echó raíces Spirit of Place.
Agradecemos muy especialmente a la editorial Thames and Hudson por su permiso para publicar este artículo de Susan Owens, una presentación de su libro Spirit of Place, que esperamos tener pronto en Argentina.
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